A lo largo de décadas, las Esferas del Dragón han sido el centro de una de las historias más influyentes de la cultura popular. Y si bien son muchos los personajes de Dragon Ball que han recurrido a Shenlong para pedir deseos de todo tipo (desde resucitar amigos hasta arreglar errores cósmicos), tal vez nadie lo habría merecido más que el propio creador del universo entero: Akira Toriyama.
El deseo de Akira Toriyama a las Esferas del Dragón
Toriyama, el genio que imaginó todo tipo de excéntricas y maravillosas historias y personajes, era ante todo humano. Uno muy ingenioso, trabajador, meticuloso y, según él mismo confesó, agotado en muchas ocasiones por las exigencias de su trabajo. En una entrevista que concedió hace algunos años con el presentador japonés Mando Kobayashi, Toriyama reveló cuál habría sido su deseo si él, como Goku o Bulma, hubiera logrado reunir las siete Esferas del Dragón.
No pidió fama, poder o dinero, ni siquiera más tiempo de vida o resucitar a alguien. Lo que Akira Toriyama quería era algo mucho más pragmático, y a la vez profundamente revelador sobre su forma de trabajar: la capacidad de terminar un manuscrito de manga solo con pensar en la historia. Así, tal cual lo dijo:
“¡Que mi familia, mis conocidos y todos estén felices y sanos!... Supongo que sería aburrido. ¡Sería superfelíz si tal vez se me concediera el deseo de: ‘¡Terminar un manuscrito sólo con que se me ocurra una historia!’”

El comentario, que podría sonar a broma ligera, es en realidad una confesión sincera de alguien que dedicó su vida a crear mundos, pero que también vivió en carne propia el peso de sostenerlos. Detrás del fenómeno que fue y sigue siendo Dragon Ball, hubo un artista que muchas veces se enfrentó a la hoja en blanco con plazos imposibles, cambios editoriales de último minuto y una presión constante por superar lo anterior.
Como bien se sabe, el manga semanal no perdona, y Toriyama se volvió leyenda en uno de los entornos más demandantes de la industria del entretenimiento japonés. Por eso, su deseo no era tener más ideas (porque de eso le sobraban), sino lograr que la ejecución fuera tan veloz como la inspiración. Que el proceso físico y técnico de dibujar y escribir no le robara el placer de simplemente crear. Una fantasía tan humana como poderosa.
La declaración de Toriyama es también una muestra más de su personalidad peculiar: un hombre que nunca quiso el protagonismo, que evitaba las cámaras, que prefería su taller silencioso a cualquier reflector. Alguien que, a pesar de haber creado un universo con dioses, monstruos, androides y saiyajines, se conformaría con un deseo que hiciera su rutina un poco más liviana. Es irónico, sí, que el creador del dragón mágico más famoso de la ficción soñara con algo que no puede pedirse en el mundo real: más tiempo para crear sin agotarse en el intento, más tiempo para trabajar menos y disfrutar de otras tantas cosas.
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