Todos hemos cometido errores financieros en algún momento. Quizás compraste un coche usado que resultó ser un desastre o te suscribiste a ese servicio de streaming que no has usado jamás. Pero ninguna de esas decisiones se compara con lo que hicieron Jerry Siegel y Joe Shuster en 1938 con Superman.
Estos dos jóvenes creadores, fanáticos de la ciencia ficción y los cómics, dieron vida a un personaje que cambiaría para siempre la industria del entretenimiento. Pero en una movida que pasaría a la historia como una de las peores decisiones comerciales jamás tomadas, vendieron los derechos de su creación a la editorial Action Comics (posteriormente DC Comics) por tan solo 130 dólares. Sí, el superhéroe más icónico de todos los tiempos cambió de manos por el equivalente a poco más de 2,700 dólares ajustados a la inflación actual.
La rídiculo precio de Superman
En su defensa, hay que decir que el contexto era otro. La industria del cómic aún no era la gigantesca máquina de hacer dinero que es hoy y, para dos jóvenes artistas en apuros, recibir dinero inmediato por su trabajo parecía una bendición. Firmaron un contrato por seis años sin saber que estaban cediendo el control absoluto de un personaje que generaría miles de millones en ingresos en las décadas siguientes.
No tardaron mucho en darse cuenta de su error. Superman despegó como un fenómeno cultural y pronto se convirtió en el personaje estrella de DC Comics. Mientras tanto, Siegel y Shuster quedaron al margen, viendo cómo su creación dominaba las portadas de revistas, saltaba a la radio y eventualmente llegaba a la televisión y el cine. Intentaron recuperar algún tipo de participación en las ganancias, pero la editorial se mantuvo firme en el contrato firmado.

La lucha por el reconocimiento y una compensación justa marcó el resto de sus vidas. En 1947, intentaron demandar a DC Comics para recuperar los derechos de Superman, pero perdieron la batalla legal. La editorial, lejos de hacer concesiones, los despidió y eliminó sus nombres de cualquier crédito relacionado con el personaje. Durante años, Siegel y Shuster vivieron en condiciones económicas complicadas, viendo desde la barrera cómo Superman se convertía en un símbolo global del heroísmo y la justicia.
La situación alcanzó su punto más absurdo en 1978, cuando la primera película de Superman protagonizada por Christopher Reeve arrasó en taquilla, recaudando más de 300 millones de dólares. Para ese entonces, Joe Shuster trabajaba como repartidor y apenas lograba pagar sus cuentas. La indignación de la comunidad de creadores y fanáticos finalmente presionó a DC Comics para que reconociera, aunque tarde, la importancia de los dos artistas. Se les otorgó una pensión vitalicia de 20,000 dólares al año a cada uno y su crédito como creadores de Superman fue restaurado en todas las publicaciones.
El caso de Siegel y Shuster es una de las lecciones más duras sobre la importancia de valorar el propio trabajo y entender las implicaciones legales de los contratos. La industria del entretenimiento está llena de historias similares, donde creadores talentosos ceden el control de sus ideas por una fracción de su valor real, solo para ver cómo otros se enriquecen con ellas. Superman pudo haber sido su legado financiero, pero terminó siendo solo un triste recordatorio de lo que pudo haber sido.

Hoy, Superman sigue volando alto, generando dinero y manteniéndose como un ícono del cómic, el cine y la televisión. Pero detrás de su capa roja y su emblema icónico, siempre quedará la historia de dos jóvenes que no supieron el tesoro que tenían en sus manos hasta que fue demasiado tarde.
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