Nostalgia gamer en CDMX: encontrar un lugar con maquinitas es resistirse al inclemente paso del tiempo

Así como los griegos idealizaban la antigua Arcadia, muchos jugadores, especialmente los más veteranos, ven en los arcades, o “maquinitas”, un lugar en donde proyectar su nostalgia.

El término arcade, de origen francés, inicialmente se refería a las cubiertas de las máquinas tragamonedas, pero muy pronto se extendió a los propios videojuegos que podían encontrarse en estos espacios: Haunted Castle, Metal Slug o The King of Fighters '97 eran un arcade; pero también lo eran los centros que exponían al público esas maquinitas tan populares a finales del pasado milenio.

Según El Universal, en 2001 había 2 mil 178 salones de arcades en el, en ese entonces, Distrito Federal. Para 2020, ese número se había reducido a solo 291. En pleno 2024, aunque no hay un registro exacto, el panorama no parece alentador. Con la triste certeza de que los arcades están destinados a desaparecer, me di a la tarea de conocer, al azar, uno de estos establecimientos y ver con mis propios ojos cómo es que resisten en la CDMX.

Phoenix Arcades: un espacio encapsulado por el tiempo

Al salir del metro o metrobús Cuauhtémoc, dentro de Plaza Cuauhtémoc, uno puede encontrar un espacio que parece encapsulado por el tiempo. Al ingresar por el lado oeste, lo primero que se advierte es una tienda de Magic junto a un establecimiento de zapatos ortopédicos. Siguiendo el camino hacia el centro de la plaza, se encuentra un Cinemex, rodeado por una heladería naturista, un local de instrumentos musicales, una Sex Shop y una tienda de juguetes viejos y artículos de colección.

Casi al lado, tras esquivar un par de mesas donde los cineastas esperan su función mientras comen palomitas, se halla Phoenix Arcades. El sitio es lo que uno esperaría de un “lugar de maquinitas” en el año 2000. Así fue como me adentré en un local sin iluminación natural, donde la única luz provenía de lámparas dispersas y de las decenas de pantallas que proyectaban colores neón.

Un encargado amablemente me indicó los precios de cada cosa: la consola costaba 40 pesos por hora, los arcades a 2 pesos, los tableros de baile a 10 y las mesas de hockey de aire, también a 10 pesos. Los horarios son incansables para Phoenix Arcades: de lunes a domingo, de 11 a 9.

Lo primero que me sorprendió fue ver a un grupo de adolescentes jugando Grand Theft Auto V como yo pude haber estado jugando San Andreas en ese mismo sitio hace 20 años.

Pero más me llamó la atención como en este lugar el pasado se mezcla con los tiempos modernos: de esta manera, entre un montón de arcades con juegos de hace 20 o 30 años, se puede ver personas jugando Fortnite, Dead Space o los remakes de Crash Bandicoot; una selección de títulos propios y juegos de Game Pass disponibles en todas las Xbox Series S conectadas a los nueve televisores del establecimiento. La única consola que se puede encontrar en todo el lugar.

Adolescentes jugando Grand Theft Auto V como yo pude haber estado jugando San Andreas en ese mismo sitio hace 20 años

Sin embargo, es en los tableros de baile es donde se encuentra la verdadera algarabía. Mientras que en las maquinitas los jugadores se enfrentan en retas de KOF o en partidas en solitario de Ninja Gaiden, en los tableros son los más atléticos quienes se debaten sudorosos al ritmo de Make It Better o Broken my Heart mientras juegan Dance Dance Revolution.

Nostalgia, del griego nóstos: un “volver” o un “regreso”

Hace MUCHO que no juego Marvel vs Capcom 2. Lo jugaba en mi PS2 cuando era un niño y verlo en una esquina, por debajo de un mural de Galactus, me enganchó de inmediato y en mi emoción arrastré a Alejandra. No lo pensé dos veces y armé un equipo con Venom, Spider-Man y Jill Valentine. Ale eligió a sus personajes de manera aleatoria: Wolverine, Zangief y Amingo. Ambos machacamos los botones. Ninguno de los dos sabía jugar. Nos divertimos como enanos.

Después nos pasamos a Metal Slug 3. Esta es una confesión dolorosa pues en este juego había alcanzado cierta maestría: podía llegar al final de la Misión 1 con apenas un par de vidas perdidas. Sin embargo, en esta ocasión, el arcade me demostró que todo lo que había ganado en años, lo había perdido por falta de práctica. Alejandra se rindió después de gastar 8 pesos. Yo aguanté hasta los 30, pero abandoné al tenerme que enfrentar con el jefe de las ruinas prehispánicas.

A pesar del buen ambiente que se vivía en general, en realidad había poca gente. No había filas para jugar, y varias consolas y tableros estaban disponibles. La alegría de ese lugar encerrado tenía un toque de melancolía. Me imaginé una cámara perdida en la Atlántida, sumergida y apenas habitada por fantasmas. Quizás se debía a que era domingo y la noche ya se había cernido sobre la Cuauhtémoc.

Imaginé a Phoenix Arcade como una cámara perdida en la Atlántida, sumergida y apenas habitada por fantasmas.

Me cuesta creer que en el establecimiento no vendieran comida, ni siquiera bebidas. Sin embargo, sí que tenían a la venta unos peluches muy extraños de vaca, que podrían haber sido hechos por alguien que trabaja ahí mismo o tal vez el remanente de un cargamento de viejos juguetes soviéticos.

La experiencia general de visitar Phoenix Arcade fue como viajar al pasado: un tiempo que en muchos sentidos no era mío, pero por el cual sin broncas podía sentir nostalgia: un espacio sordo en el que las luces y las risas, pese al olor a desinfectante, fueron capaces de recordarme una época en la que los sueños sabías de otra manera, un tiempo en el que mi mayor preocupación eran los zombis de House of the Dead 2.

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